¿Qué pensaba Sócrates?
¿Qué pensaba Sócrates?
Dada la naturaleza de las fuentes disponibles, no es fácil saber a ciencia cierta qué pensaba Sócrates. Sin embargo, la lectura de la Apología platónica permite articular una serie de ideas que los estudiosos actuales suelen atribuir a Sócrates. El personaje de la Apología, Sócrates, nombra a Platón, el autor de dicho texto, como estando presente durante el juicio (Apología 34a). Ello no necesariamente quiere decir que el texto sea una transcripción fidedigna, palabra por palabra, de lo dicho por el verdadero Sócrates en su defensa. Pero podría ser lo más parecido que tenemos a un testimonio de sus dichos en ese momento concreto de su vida.
La filosofía presocrática y los sofistas
Sócrates comienza su discurso de defensa diciendo que tiene que refutar acusaciones más antiguas que las presentadas ante el tribunal por quienes lo han denunciado en el presente (Apología 18a). Advierte que ellos han envenenado las mentes los miembros jurados desde que eran todos jóvenes. Entre estos acusadores previos estaba Aristófanes. Además de la afirmación de que Sócrates convierte el peor argumento en el más fuerte, existe el rumor de que Sócrates se pasa el día hablando de cosas en el cielo y debajo de la tierra. Su respuesta es que nunca discute tales temas (Apología 18a-c). Sócrates se distingue aquí no solo de los sofistas, y de su presunta capacidad para invertir la fuerza de los argumentos, sino también de aquellos que hoy en día llamamos filósofos presocráticos.
Llamamos presocráticos no solo a filósofos anteriores a Sócrates, sino también a algunos de sus contemporáneos. El término se utiliza a veces para sugerir que, mientras a Sócrates le importaba principalmente la ética, a los presocráticos no. Esto es engañoso, porque tenemos evidencia de que varios presocráticos exploraron cuestiones éticas. El término se utiliza mejor para referirse al grupo de pensadores sobre los que Sócrates no influyó, y cuya característica fundamental unificadora era que buscaban explicar el mundo en términos de sus propios principios inherentes. El Milesio Tales, por ejemplo, creía que el principio fundamental de todas las cosas era el agua. Anaximandro, en cambio, creía que el principio era el indefinido (ápeiron), y para Anaxímenes era el aire. Más adelante en la Apología de Platón (26d-e), Sócrates pregunta retóricamente si Meleto cree que está procesando a Anaxágoras, pensador del siglo V a.C.. según el cual el universo era originalmente una mezcla de elementos que desde entonces han sido puestos en movimiento por el Nous, o Intelecto. Sócrates sugiere que él no se involucra en ese tipo de investigaciones cosmológicas, que fueron el foco principal de muchos presocráticos.
El otro grupo con el que se compara Sócrates son los sofistas, hombres ilustrados que viajaban de ciudad en ciudad ofreciendo educación a los jóvenes por una tarifa. Si bien afirma que le parece admirable el enseñar como Gorgias, Prodico o Hippias dicen que pueden hacerlo (Apología 20a), argumenta que él mismo no tiene conocimientos de la excelencia o virtud humanas (Apología 20b-c). Aunque Sócrates pregunta e investiga sobre la naturaleza de la virtud, no pretende conocerla y ciertamente no pide que le paguen por sus conversaciones.
Temas socráticos en la Apología platónica
i. La ignorancia socrática
El Sócrates de Platón intenta luego explicar la razón por la que ha adquirido la reputación que tiene, y por qué a tantos ciudadanos no les gusta. El oráculo de Delfos le dijo al amigo de Sócrates, Querefonte, "nadie es más sabio que Sócrates" (Apología 21a). Sócrates no consideraba ser sabio, por lo que se propuso encontrar a alguien que tuviera sabiduría para demostrar que el oráculo estaba equivocado. Primero fue a los políticos, pero los encontró faltos de sabiduría. Luego visitó a los poetas y descubrió que, aunque hablaban en hermosos versos, lo hacían por inspiración divina, pero no porque tuvieran sabiduría de ningún tipo. Finalmente, Sócrates descubrió que los artesanos tenían conocimiento de su propio oficio, pero que posteriormente creían saber mucho más de lo que realmente sabían.
Sócrates llegó a la conclusión de que estaba mejor que sus conciudadanos porque, mientras que ellos pensaban que sabían algo sin saberlo en realidad, él era consciente de su propia ignorancia. Solo el Dios que habla a través del oráculo, dice, es verdaderamente sabio, mientras que la sabiduría humana vale poco o nada (Apología 23a).
Esta conciencia de la propia falta de conocimientos se conoce como ignorancia socrática, y es una de las cosas más difundidas sobre Sócrates. A veces se llama simple ignorancia, para distinguirla de la doble ignorancia de los ciudadanos con los que hablaba Sócrates. La simple ignorancia es darse cuenta de la propia ignorancia, mientras que la doble ignorancia es no darse cuenta de la ignorancia mientras se piensa que se sabe. Al mostrar a muchas figuras influyentes de Atenas que no sabían lo que pensaban que sabían, Sócrates llegó a ser despreciado en muchos círculos.
Cabe tomar nota del hecho de que Sócrates no afirma aquí que no sabe nada. Dice ser consciente de su ignorancia, y considera inútil su saber. Tiene una serie de fuertes convicciones sobre lo que constituye una vida ética, aunque no pueda articular con precisión por qué estas convicciones son verdaderas. Él cree, por ejemplo, que nunca es justo dañar a nadie, ya sea amigo o enemigo, pero no ofrece, al menos en el Libro I de República, una descripción sistemática de la naturaleza de la justicia que pueda demostrar por qué esto es cierto. Debido a su insistencia en la investigación reiterada, Sócrates ha refinado sus convicciones de tal manera que puede tener puntos de vista particulares sobre la justicia mientras sostiene, también, no conocer completamente la naturaleza de la justicia.
Podemos ver este contraste con bastante claridad en el contrainterrogatorio de Sócrates al acusador Meleto. Debido a que se le acusa de corromper la juventud, Sócrates pregunta quién sería, entonces, el que puede ayudar y mejorar a la juventud (Apología, 24d-25a). De la misma manera que llevamos un caballo a un domador de caballos para mejorarlo, Sócrates quiere conocer a la persona a la que llevaríamos a un joven para educarlo y mejorarlo. El silencio de Meleto lo condena: nunca se ha molestado en reflexionar sobre tales asuntos y, por lo tanto, desconoce su ignorancia sobre asuntos que son la base de su propia acusación (Apología 25b-c). Si Sócrates —o Platón para el caso— realmente piensa que es posible lograr la pericia en la virtud es un tema en el que los estudiosos no están de acuerdo.
ii. Prioridad del cuidado del alma
A lo largo de su discurso (Apología 20a-b, 24c-25c, 31b, 32d, 36c, 39d) Sócrates enfatiza repetidamente que un ser humano debe cuidar su alma más que cualquier otra cosa (ver también Critón 46c-47d, Eutifrón 13b-c, Gorgias 520a4ff). Sócrates encontraba que sus conciudadanos se preocupaban más por la riqueza, la reputación y sus cuerpos que por el cuidado de sus almas (Apología 29d-30b). Consideraba su misión, encomendada por el dios, el examinar a sus conciudadanos y persuadirlos de que el bien más importante para un ser humano era la salud del alma. La riqueza, insistió, no trae la excelencia o la virtud, pero la virtud hace que la riqueza y todo lo demás sea bueno (Apología 30b).
Sócrates cree que su misión de cuidar las almas abarca la ciudad de Atenas en su totalidad. Sostiene que el dios le regaló la ciudad y que su misión es ayudar a mejorarla. Intenta así demostrar que no es culpable de impiedad precisamente porque todo lo que hace es en respuesta al oráculo y al servicio del dios. Sócrates se compara sí mismo con un tábano, y a la ciudad con un caballo lento que necesita ser revuelto (Apología 30e). Sin una investigación filosófica, la democracia se estanca y se vuelve complaciente, en peligro de dañarse a sí misma y a los demás. Así como el tábano irrita al caballo pero lo incita a la acción, Sócrates supone que su propósito es agitar a quienes lo rodean para que comiencen a examinarse a sí mismos. Se podría comparar esta afirmación con la afirmación de Sócrates en el Gorgias de que, si bien sus contemporáneos apuntan al disfrute, él practica el verdadero oficio político porque apunta a lo mejor (521d-e). Tales comentarios, además de la evidencia histórica que tenemos, son la defensa más fuerte de Sócrates de que no solo no es una carga para la democracia, sino un gran activo para ella.
iii. La vida sin examinar
Después de que el jurado lo declara culpable y lo condena a muerte, hace una de las proclamas más famosas de la historia de la filosofía. Le dice al jurado que nunca podría guardar silencio, porque “la vida no examinada no vale la pena para los seres humanos” (Apología 38a). Encontramos aquí la insistencia de Sócrates en que todos estamos llamados a reflexionar sobre lo que creemos, dar cuenta de lo que sabemos y no sabemos y, en general, a indagar aquellos puntos de vista que contribuyen a una vida bien vivida y significativa, vivir de acuerdo con ellos y defenderlos.
Algunos académicos llaman la atención sobre el énfasis de Sócrates en la naturaleza humana aquí, y argumentan que el llamado a vivir vidas examinadas se deriva de nuestra naturaleza como seres humanos. El placer y el dolor nos dirigen naturalmente. Nos atrae el poder, la riqueza y la reputación, el tipo de valores por los que también se sintieron atraídos los atenienses. El llamado de Sócrates a vivir vidas examinadas no es necesariamente una insistencia en rechazar todas esas motivaciones e inclinaciones, sino más bien un mandato para evaluar el verdadero valor que deberían tener en el alma humana. El propósito de la vida examinada es reflexionar sobre nuestras motivaciones y valores cotidianos y, posteriormente, investigar qué valor real tienen, si es que tienen alguno. Si no tienen ningún valor o incluso son dañinos, depende de nosotros perseguir aquellas cosas que son verdaderamente valiosas.
Al leer la Apología, se puede ver que Sócrates, durante su propio juicio, juzga la vida de los jurados que lo están juzgando. Al afirmar la primacía de la vida examinada luego de haber sido sentenciado a muerte, Sócrates, el procesado, se convierte en fiscal, acusando subrepticiamente a quienes lo condenaron de no llevar una vida que respete su propia humanidad. Les dice que matándolo no escaparán de examinar sus vidas. Huir de la rendición de cuentas sobre la propia vida, dice Sócrates, no es posible ni bueno; mejor es prepararse para ser tan buenos como nos sea posible (Apología 39d-e)
Encontramos aquí una concepción de una vida bien vivida que difiere de la que, probablemente, defenderían muchos filósofos contemporáneos. Hoy en día, la mayoría de los filósofos argumentarían que debemos vivir una vida ética (aunque lo que esto significa es, por supuesto, un tema de debate), pero no es una necesidad el que todo el mundo se involucre en discusiones semejantes a aquellas en que participaba Sócrates cotidianamente, ni tampoco un requisito para ser considerado una buena persona. Una buena persona, podríamos decir, vive una buena vida en la medida en que hace lo que es justo, pero no necesariamente debe involucrarse a menudo en debates sobre la naturaleza de la justicia o el propósito del estado. Sin duda, Sócrates no estaría de acuerdo, no solo porque la ley puede ser injusta o el estado puede hacer demasiado o muy poco, sino porque, en la medida en que somos seres humanos, el autoexamen siempre nos beneficia.
Otras posiciones y argumentos socráticos
i. Unidad de la Virtud; Toda virtud es conocimiento
En Protágoras (329b-333b) Sócrates defiende la opinión de que todas las virtudes —justicia, sabiduría, coraje, piedad, etc.— son una. Proporciona varios argumentos para esta tesis. Por ejemplo, si bien es típico pensar que uno puede ser sabio sin ser moderado, Sócrates rechaza esta posibilidad sobre la base de que la sabiduría y la templanza tienen el mismo opuesto: la locura. Si fueran realmente distintos, cada uno tendría sus propios opuestos. Tal como está, la identidad de sus opuestos indica que uno no puede poseer sabiduría sin templanza y viceversa.
Esta tesis a veces se empareja con otra opinión socrática; que la virtud es una forma de conocimiento (Menón 87e-89a; cf. Eutidemo 278d-282a). Cosas como la belleza, la fuerza y la salud benefician a los seres humanos, pero también pueden dañarlos si no van acompañadas de conocimiento o sabiduría. Para que la virtud sea beneficiosa, debe ser conocimiento, ya que todas las cualidades del alma no son en sí mismas ni beneficiosas ni perjudiciales, sino que sólo son beneficiosas cuando van acompañadas de sabiduría y perjudiciales cuando van acompañadas de insensatez.
ii. Nadie yerra a sabiendas / Nadie yerra voluntariamente
Sócrates declara que nadie yerra o comete errores a sabiendas (Protágoras 352c, 358b-b). Aquí encontramos un ejemplo del intelectualismo de Sócrates. Cuando una persona hace lo que está mal, su fracaso en hacer lo que es correcto es un error intelectual, o debido a su propia ignorancia sobre lo que es correcto. Si la persona supiera lo que estaba bien, lo habría hecho. Por tanto, no es posible, simultáneamente, que alguien sepa lo que está bien y haga lo que está mal. Si alguien hace lo que está mal, lo hace porque no sabe lo que está bien, y si afirma haber sabido lo que estaba bien en el momento en que cometió el mal, está equivocado, porque si realmente hubiera sabido lo que estaba bien, lo habrían hecho.
Por tanto, Sócrates niega la posibilidad de la akrasia, o debilidad de la voluntad. Nadie yerra voluntariamente (Protágoras 345c4-e6). Si bien podría parecer que Sócrates se equivoca entre consciente y voluntariamente, una mirada al Gorgias 466a-468e ayuda a aclarar su tesis. Los tiranos y oradores, le dice Sócrates a Polo, tienen menor poder que cualquier miembro de la ciudad, porque no hacen lo que quieren. Lo que hacen no es bueno ni beneficioso, aunque los seres humanos solo quieren lo bueno o beneficioso. La voluntad del tirano, corrompida por la ignorancia, está en tal estado que lo que se sigue de ella necesariamente lo dañará. Inversamente, la voluntad que es purificada por el conocimiento está en tal estado que lo que sigue de ella será necesariamente beneficioso.
iii. Todo deseo es deseo del bien
Una de las premisas del argumento que acabamos de mencionar es que los seres humanos solo desean el bien. Cuando una persona hace algo en función de alguna otra cosa, siempre es la cosa por la que está actuando lo que quiere. Todas las cosas malas o intermedias no se hacen por sí mismas, sino por razón de alguna otra cosa que se considera buena. Cuando un tirano da muerte a alguien, por ejemplo, lo hace porque cree que es beneficioso de alguna manera. De ahí que su acción se oriente hacia el bien porque este beneficio es lo que realmente quiere (Gorgias 467c-468b).
Una versión similar de este argumento se encuentra en el Menón, 77b-78b. Aquellos que desean cosas malas no saben que son realmente malas; de lo contrario, no las desearían. Naturalmente, no desean lo que es malo, sino que desean aquellas cosas que creen que son buenas pero que de hecho son malas. Desean cosas buenas aunque no sepan lo que realmente es bueno.
iv. Mejor es sufrir una injusticia que cometerla
Sócrates enfurece a Polo con el argumento de que es mejor sufrir una injusticia que cometerla (Gorgias 475a-d). Polo está de acuerdo en que es más vergonzoso cometer una injusticia, pero defiende que no es peor. Lo peor, en su opinión, es sufrir injusticias. Sócrates argumenta que, si algo es más vergonzoso, es superior en maldad o en dolor o en ambos. Dado que cometer una injusticia no es más doloroso que sufrirla, cometer una injusticia no puede ser mayor en dolor o en dolor y maldad conjuntamente. Cometer una injusticia supera al sufrir una injusticia en la maldad; dicho de otra manera, cometer una injusticia es más malo que sufrirla. Por lo tanto, dada la posibilidad de elegir entre los dos, deberíamos elegir sufrir una injusticia pero no cometerla.
Este argumento debe entenderse en términos del énfasis socrático en el cuidado del alma. Cometer una injusticia corrompe el alma y, por lo tanto, cometer una injusticia es lo peor que una persona puede hacerse a sí misma (cf. Critón 47d-48a, República I 353d-354a). Sócrates llega al extremo de afirmar que, si uno comete una injusticia, es mejor buscar el castigo que evitarlo, alegando que el castigo purgará o purificará el alma de su corrupción (Gorgias 476d-478e).
v. Eudemonismo
La palabra griega para felicidad es eudaimonía, que significa no solo sentirse de cierta manera, sino ser de cierta manera. Una forma diferente de traducir eudaimonía es bienestar. Muchos estudiosos creen que Sócrates sostiene dos principios relacionados pero no equivalentes con respecto a la eudaimonía: primero, que es un requisito racional el hacer de la propia felicidad la razón fundamental en las acciones, y segundo, que las personas, de hecho, tienen la prosecución de la felicidad como la razón fundamental de sus acciones. En relación con el énfasis de Sócrates en la virtud, no está del todo claro qué significa eso. La virtud podría ser idéntica a la felicidad, en cuyo caso no hay diferencia entre las dos y si soy virtuoso, por definición soy feliz; la virtud podría ser parte de la felicidad, en cuyo caso, si soy virtuoso, seré feliz aunque pueda ser más feliz con la adición de otros bienes; o la virtud podría ser un instrumento para la felicidad, en cuyo caso, si soy virtuoso, podría ser feliz (y no podría ser feliz sin la virtud), pero no hay garantía de que llegue a serlo.
Hay una serie de pasajes en la Apología que parecen indicar que el mayor bien para un ser humano es tener una conversación filosófica (36b-d, 37e-38a, 40e-41c). Menón 87c-89a sugiere que el conocimiento del bien guía al alma hacia la felicidad (cf. Eutidemo 278e-282a). Y en Gorgias 507a-c Sócrates sugiere que la persona virtuosa, actuando de acuerdo con la sabiduría, alcanza la felicidad (cf. Gorgias 478c-e: la persona más feliz no tiene maldad en su alma).
vi. Gobernar requiere experticia
Sócrates está comprometido con la idea de que gobernar es una especie de oficio o arte (technē). Como tal, requiere conocimientos. Así como un médico produce un resultado deseado para su paciente —la salud, por ejemplo—, el gobernante debe producir algún resultado deseado en su sujeto (República 341c-d, 342c). La medicina, en la medida en que tiene en mente el mejor interés de su paciente, nunca busca beneficiar al médico. De manera similar, el trabajo del gobernante es actuar no en su propio beneficio sino en beneficio de los ciudadanos de la comunidad política. Esto no quiere decir que pueda no haber algún beneficio contingente que se acumule para el practicante; el médico, por ejemplo, podría ganar un buen salario. Pero este beneficio no es intrínseco a la experiencia de la medicina como tal. Uno podría concebir fácilmente un médico que gane muy poco dinero. Sin embargo, no se puede concebir un médico que no actúe en beneficio de su paciente. Análogamente, el gobernar debe orientarse al bien de los ciudadanos gobernados, y la justicia, contra el famoso reclamo de Trasímaco, no es lo que conviene al poder gobernante (República 338c-339a).
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(Traducido y adaptado por M. Paesani del artículo "Socrates" de James M. Ambury para la Internet Encyclopedia of Philosophy.)
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